La nueva Halloween, que ha hecho ya tanto dinero en Estados Unidos que Jamie Lee Curtis podría hacerse una piscina llena de billetes como el Tío Gilito, llega a nuestras vidas con dos ideas en mente: recordarnos que Michael Myers sigue siendo aterrador… y borrar de la existencia el resto de secuelas de la saga; o, al menos, afirmarse como la verdadera secuela de la obra original. ¿Consigue sus objetivos?

Pues sí y no. Este Michael Myers es aterrador como no lo era desde hace décadas (el estado en el que deja a sus víctimas removió algún estómago en la sala donde vi la película… ¡los revienta como una calabaza pocha!)… pero no puedo decir que esta Halloween borre a todas las demás. Por muy bien que funcione como continuación directa del original de 1978, que funciona, encuentro más garra e imaginación en Halloween II (subtitulada ¡Sanguinario! en España por… algún motivo), Halloween H20 (“esa mierda que hicieron en los 90”) o el primer intento de Rob Zombie. Todas ellas intentan aportar su granito de arena a la franquicia, mientras que Halloween 2018 todo lo que intenta es escribir muy pegadito a la línea para no salirse de ella. Pues muy bien, pues vale, pues felicidades.

Puede que Tonio L. Alarcón, un tipo al que admiro profundamente, esté en lo cierto cuando dice que Hollywood ha entendido que la gente no quiere inventos ni cosas raras, que quiere a los personajes de toda la vida haciendo lo de toda la vida. En este sentido, esta película es un HIT absoluto. Está bien rodada, el final tiene power, visualmente es chulísima, las nuevas composiciones de Carpenter son gloria bendita, Jamie Lee lo borda… pero no hay ni una chispita de originalidad, riesgo o sorpresa. Entretiene. Pero solo lo justo.

Me quedo con la mierda que hicieron en los 90.

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