LA NUEVA TANDA DE EPISODIOS TIENE MOMENTAZOS SUELTOS… EN CAPÍTULOS ALGO (BASTANTE) DESCAFEINADOS
Lo que molaba de Black Mirror era lo bien que reflejaba los miedos de nuestra época, cómo embotellaba «los temores de toda una generación» en mini-peliculitas estupendamente realizadas, con unos actores casi siempre soberbios, y hala, ahí tienes, distopía futurista basada en cosas que ya se están palpando en nuestra vida; pienso, por ejemplo, en esa Bryce Dallas Howard obsesionada con las puntuaciones en cada interacción social (3×01, Nosevide, escrito por Michael Schur y Rashida Jones). Pero, una vez vista la sexta temporada, me pregunto whatever happened to la mala leche y poner el dedo en la llaga?
El paso de Channel 4 a Netflix instauró el «más presupuesto, menos ideas» para Black Mirror, y la cosa sigue igual: Joan is Awful tiene una premisa divertidísima (y una Salma Hayek delirante) que se pierde en un ¿vacío? juego meta-lingüístico; Loch Henry necesita un Red Bull para que (el propio capítulo) se despierte; Beyond The Sea tiene a un Josh Hartnett que lo peta muy fuerte… pero un desarrollo tan previsible como yo cuando bajo a comprar el pan; Mazey Day es tan transparente como el papel cebolla; y Demon 79 supongo que tiene su gracia (en sus cuatro horas de duración).
Si a Netflix le funciona pues bueno, p’alante; yo la seguiré viendo porque me gusta, pero antes tenía verdaderas joyas: aquel especial navideño con Jon Hamm, aquella relación post-mortem de Hayley Atwell y Domhnall Gleeson, por supuesto lo del cerdo y el Prime Minister… qué lejos quedan esos días. En fin, ojalá una séptima temporada que vuelva por sus (antiguos) fueros.

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